lunes, 30 de noviembre de 2009

El pescador

El pescador
El hedor se hacía cada vez más contundente y el calor, denso como la mantequilla, hacía que la piel de nuestros personajes estuviera cubierta por una película de sudor. Avanzaban a paso lento, la fuerte constitución de Olaf hacía que pudiera moverse con ayuda de su muleta a duras penas, no obstante, seguía retrasando la marcha. El ensangrentado muñón le escocía terriblemente bajo la pierna. Su piel se estaba pudriendo por los alrededores formando una capa de pus verde blanquecino.
Beatrix tenía las prendas pegadas al cuerpo, su pelo estaba oscuro y brillante a causa del sudor y su semblante era serio. Iba la primera junto con la gata de Félix y el arcabuz listo para disparar. La verdad, no dejaba de sorprender al vagabundo, la chica tenía más o menos quince o dieciséis años, había estado estudiando toda su vida pero disparaba como si hubiera formado parte del ejército, no tenía la puntería de Félix pero… si se entrenaba, pronto la tendría.
- Necesito parar… - La voz de Olaf no pudo disimular su malestar.
Félix lo ayudó a sentarse en un lateral de la cloaca, el fluido verde y maloliente no cubría esa acera. Olaf echó mano de su bolsa de cuero y extrajo vendas limpias y un frasco de antibiótico. Vertió un chorro del líquido transparente en las telas antes de despegarse la cataplasma, cuando lo hizo el hedor del ambiente aumentó. Su herida se había vuelto negra como el carbón, el propio Olaf no pudo disimular una mueca de sorpresa.
- Dios mío… - La voz de Félix tampoco era reconfortante, los ojos de Beatrix estaban abiertos como platos.
Tratando de hacer caso omiso, Olaf se apretó la nueva cataplasma contra la pierna, el escozor lo llenó por completo, los lagrimones brotaron de sus ojos y la piel se le puso de gallina, pero aguantó.
- Listo – Dijo mientras se ayudaba de su muleta para ponerse en pie – Podemos seguir.
Tanto Félix como Beatrix sabían que no servía de mucho hacerse el duro después de haber mostrado la pierna. En parte, ambos sabían algo de medicina, Félix había viajado de país en país durante años y había aprendido mucho, Beatrix por el contrario no había viajado tanto, pero había asistido a clases relacionadas con la sanidad. De todos modos, no hay que ser un lince para saber que una herida negra y un olor nauseabundo son malas señales.
- Hay un problema – Olaf había abierto la boca de nuevo. – Las alcantarillas no se extienden más allá del puerto, deben tenerlo cortado, ¿Cómo pensamos escapar?
Beatrix esperó que Félix respondiese, ella no conocía mucho la ciudad.
- Tengo un viejo amigo trabajando en el puerto. Un pescador, no es de rango alto pero posee un pequeño barco lo suficientemente amplio como para transportar a cuatro personas.
Olaf dudó.
- ¿No sería más inteligente por su parte entregarnos y ganarse una buena recompensa?
- Depende lo que entiendas por inteligente. – Beatrix observaba, parecía aprender. Su pequeña estatura y su ropa dada de sí le daban la apariencia de una niña, aunque técnicamente, tenía una corta edad. – Sí lo usas como pareja de egoísta, sí, nos entregaría y viviría bien algún tiempo más, sí lo usas como pareja de amistad, nos ayudará a escapar y no se comprometerá con el caso, manteniendo su humilde nivel de vida.
Olaf bajó la mirada pensativo.
- ¿Y si le pillan con nosotros a bordo?
- Entonces habrá que luchar – El vagabundo sonrió, parecía tener respuestas para todo.
Siguieron caminando un rato más por los angostos corredizos, cada paso que daban los gemidos de Olaf eran más evidentes y acentuados, parecía que le estaba subiendo la fiebre. Por suerte, llegaron a la apertura del puerto ya entrada la noche, los guardias estaban dispersados por todo el muelle. Se notaba que había sido el hijo del inquisidor primero, si hubiera sido cualquier otra persona no habrían movido ni la mitad de la milicia. Aguardaron el momento justo para salir y esconderse tras una vieja barca volcada. Nunca supieron que antes de salir de las alcantarillas habían pasado por encima de un antiquísimo cartel de “Se busca”.
Beatrix se quedó con Olaf en la barca. Le dio el trabuco de boca ancha y ella se quedó con el arcabuz normal. Félix avanzó tranquilo hacia las casas del puerto, no tenía nada de extraño que un vagabundo saliera de la playa a esas horas.
- Una moneda para un anciano – Dijo apoyándose pesadamente en su bastón cuando pasó junto a un guardia.
- ¡Aparta mendigo! – Respondió amagando un empujón.
- ¡Vagabundo! ¡Un respeto!
La disputa había sido fingida a la perfección. Félix avanzó hasta la casa de su amigo, una nave de madera con un letrero pendiente de cadenas de hierro oxidado. “Pescadería Otto”. Félix llamó cuatro veces consecutivas, tras unos segundos tres golpes sonaron del otro lado de la puerta y a continuación el vagabundo propinó dos suaves puntapiés. La puerta se abrió con un sonido metálico mostrando la enjuta y anciana figura de un personaje de pelo blanco. Sus ojos, grandes y brillantes, parecían observarle con miedo.
- ¡Félix, viejo amigo! – Su voz chillona y su aspecto frágil le daban apariencia de ratón.
- ¿Qué tal Otto? – Preguntó el vagabundo con una amplia sonrisa. La gata pareció saludarle con un maullido.
- ¿Cómo estás Luna? – Preguntó el pescador mientras acariciaba el pelaje de la gata.
- No es un buen lugar para hablar, querido amigo. ¿Puedo pasar?
- Claro, estás en tu casa – Concluyó haciéndose a un lado.

Olaf gemía de dolor, las venas de su cuello y su mente comenzaban a hacerse notar por el esfuerzo. Beatrix quería decirle que se calmara, quería que la oyera, pero era incapaz de hablar. Las palabras morían en su garganta cada vez que lo intentaba.
- Violet… - La voz de Olaf sonaba cada vez más débil – he cumplido mi objetivo… dejadme aquí… - Sonaba entrecortada por los gemidos – La vida del fugitivo no está hecha para los tullidos…
Beatrix quería decirle que no, que no lo dejarían, pero por otro lado, su mente se perdía de nuevo en los pensamientos que indicaban un cambio drástico en su vida. “La vida del fugitivo” había dicho Olaf. Ella había viajado a la ciudad imperial para estudiar física y astronomía, ¿Cómo había llegado a ese punto? ¿Cómo había cambiado su historia en dos días? Muchas preguntas se dibujaban en su cabeza, pero estaba claro que fuera como fuese, solo podía seguir adelante, y estaba dispuesta a hacerlo.
- Violet… abre mi mochila… - La joven se quedó pasmada cuando descubrió lo que esta contenía. – Te diré que haremos, pero no se lo digas a Félix.


- Vaya, menuda aventura nos espera, ¿No? – La voz del pescador tenía un matiz humorístico. Rondaba la misma edad que Félix pero era más pequeño y delgado.
- Eso parece viejo amigo, se me ocurrió huir al bosque pero las puertas de la ciudad están más que vigiladas, parece que los perros del imperio no han intuido que El Fantasma también tiene amigos en el mar.
- Ayúdame con esto – Ambos hablaban mientras cargaban distintas provisiones en un baúl de madera.
- ¿Tienes algo que no sea verdura? No sé, ¿Pescado o algo?
- El pescado lo sacaremos del mar, nos interesa mantenernos fuertes y ligeros, es decir, este cajón y aquel barril de agua. – Otto se detuvo unos instantes – Además, ¿Tu no eras vegetariano?
- Y lo soy, pero mis amigos no, ya sabes, por los que estamos metidos en esto.
- Oh si – El pescador pareció recordarlo todo de golpe.
- La edad, ¿No? – Añadió Félix en tono burlón.
- No debería hablarme de eso una leyenda – Respondió con una carcajada.
- Si bueno, fui lo que fui cuando se me requirió, ahora trato de olvidar mi pasado.
- ¿No me digas que no se lo has contado a la chica?
- Ni lo haré, para ella no soy más que lo que quiero ser, un viejo harapiento y con olor a ron barato.
- Eres increíble.
- No, soy un vagabundo. – Concluyó Félix mientras ayudaba al pescador a colocar el pesado baúl en el interior del barco. – Vamos a tener que esperar una media hora – dedujo mirando como una densa nube se desplazaba lenta y constante tapando la luna.
- ¿Para qué?
- Para que la nube tape la luna y nos hallemos en la mayor oscuridad posible.
- Y… ¿Olaf y Violet saben el plan?
- La chica lo deducirá.
Esperaron en silencio dentro del barco, el agua mecía suavemente la estructura. Cuando hubo llegado el momento Otto dio la señal a Félix para que soltara el cabo. El barco partió en perfecto mimetismo con las aguas, fundiéndose con el entorno gracias a la carencia de luz. Poco a poco, fueron acercándose al punto donde iban a recogerlos.

- Corre chica, ahora es el momento de huir. – Olaf concentraba toda su fuerza para que su voz no temblara por el dolor.
Beatrix negaba con la cabeza con lágrimas en los ojos, Félix y el la habían ayudado, y ambos habían sufrido terribles heridas por eso. Le hubiera gustado explicárselo, pero no tenía material de escritura. Olaf agarró la mano de la joven, le puso en ella una cuchilla de afeitar replegable de plata y se la cerró con fuerza después para que no la soltara.
- Si no te vas ahora mismo, haré que huyas por las malas. – Le aseguró el barbero – tienes cinco segundos.
Beatrix seguía negando con la cabeza, su pelo estaba destartalado y su rostro cubierto por manchas de suciedad que se habían adherido a la piel por el sudor, pero sus ojos lilas brillaban como nunca.
- Tú lo has querido. – Olaf no esperó, cargó el trabuco y disparó hacia el cielo.
El ruido había hecho que el repiqueteo de los pasos de los guardias cesara por unos instantes, antes de que una oleada de gritos y de ruidos embriagara el ambiente.
- ¡Por allí! ¡Un disparo! – Se oían gritos de todo tipo por parte de los guardias.
Beatrix estaba aterrada, se había quedado atónita, no entendía nada, el miedo la paralizaba y le impedía moverse. Olaf maldijo en voz alta antes de empujarla y devolverla al mundo real, Beatrix corrió dirección al mar, corrió como nunca lo había hecho, sus lágrimas se derramaban por sus mejillas.
Los guardias llegaron al lugar de los disparos, Olaf se había cubierto de arena y había tapado la mercancía con más arena, combinado con la oscuridad que había permitido correr a Beatrix sin ser vista, hizo que los guardias no advirtieran nada fuera de lo normal.
- ¿A que huele? – Preguntó uno de los guardias imperiales. – Es idéntico al olor de los campos de ejecución.
- Claro… - Una voz sonó ante ellos, una voz cansada pero con matices graves y poderosos. – Es el olor de la muerte – Dijo mientras se descubría el rostro. Tenía un arcabuz cargado apuntando a lo que parecía un montículo de arena.
- ¡De qué coño va esto!
- Por fin juntos, amor mío…
Sus últimas palabras quedaron el ambiente en silencio, el propio sonido de las olas parecía haberse detenido antes de que el tenue y metálico sonido del arcabuz hiciera que los explosivos detonaran con un enorme y luminoso estruendo. Beatrix, pese a estar ya lejos, notó como la onda expansiva la empujaba y la arrojaba al suelo, antes de levantarse de allí dejó que las lágrimas corrieran ávidas por sus mejillas mientras su cuerpo se estremecía por el llanto.
Tras unos segundos que se hicieron eternos, la joven continuó corriendo con paso cansado hasta que divisó el barco que le había descrito Félix. Apenas estaba a pocos metros de la nave cuando vio como un hombre viejo y enjuto arrojaba al agua un salvavidas atado de una cuerda. Beatrix lo agarró, la profundidad le impedía tocar el lecho con sus pies. La realidad se veía borrosa, estaba en estado de shock por lo que había sucedido. Todo transcurrió rápido, a base de fuertes tirones consiguieron subirla a la cubierta, al llegar cayó de rodillas exhausta y empapada, ante ella y con una toalla estaba el simpático rostro del anciano y a una corta distancia, en el punto más estrecho de la proa, se alzaba la figura de Félix ataviada con sus mugrientas ropas. Luna se frotaba comprensiva contra sus piernas. Parecía haber pasado mucho tiempo desde que el vagabundo lloró por última vez…

domingo, 22 de noviembre de 2009

El barbero

El barbero

La extraña pareja andaba ahora más tranquila por las angostas callejuelas de los arrabales. Habían escondido los cuerpos bajo la basura del contenedor. Félix se había sobre su mugrienta ropa un uniforme de soldado con el logotipo de la flor de lis, aunque su aspecto lo denotaba un poco, de lejos sí que podría dar el cante. Caminaba cojeando, apoyándose pesadamente en el bastón y en el hombro de Beatrix. Su pierna dejaba un rastro de gotas de sangre y era incapaz de apoyarla en el suelo. De vez en cuando gemía sordamente de dolor.
- Por ahí – Indicó una salida – Vamos a tener que ir a ver a un amigo mío me temo.
Eso de “me temo” no acababa de gustarle a la joven. Pero en cierto modo se sentía segura, trataba de no pensar en que había matado a un hombre pero su mente la traicionaba recordándoselo una y otra vez. Portaba el sable y el arcabuz del soldado que acababa de matar, habían podido salvar pólvora y balas suficientes para cinco o seis disparos. La verdad es que al menos tenía la certeza de que había matado en defensa propia, eso aminoraba su malestar pero no lo hacía desaparecer. Hacía unas horas estaba estudiando en clase de aritmética y ahora se encontraba mojada, sucia y maloliente ayudando a caminar a un hombre mojado, sucio, maloliente y además viejo, aunque la verdad es que comenzaba a caerle bien, se fijó en sus rasgos: Su barba con tonalidades grisáceas, su pelo largo que le caía por ambos lados de la cabeza, su gorro de ala larga con el pico pendiente de un hilillo, allí donde el guardia le había asestado la estocada. Sus ojos eran de un color azul claro, casi blancos y su piel tenía algunas arrugas de adulto, debía rondar unos cuarenta o cincuenta años. Un maullido de la gata la sacó de su trance.
- Hemos llegado – Dijo parándose ante una puerta de madera pintada de verde con un letrero casi borrado donde podía leerse a duras penas: “Barbería Olaf” – Se lo que estás pensando y no, no voy a afeitarme. – Cerró el puño y llamó a la puerta. Una voz adulta y a la vez joven sonó desde el otro lado de la puerta.
- Cuando el águila vuela bajo…
- El oso baja la zarpa. – Respondió el vagabundo como si de un acertijo se tratara.
El sonido del cerrojo cediendo llegó hasta los oídos de Félix, Beatrix y la gata. Cuando la puerta se abrió apareció una figura alta, poco más corpulento que el vagabundo y algo apuesto. Llevaba una barba perfectamente cuidada, un camisón largo y unas zapatillas de andar por casa. Sus ojos de color marrón relucían hundidos en su rostro. Su sonrisa era tranquilizadora y amable.
- ¡Viejo amigo! – Dijo mientras lo abrazaba y lo elevaba del suelo. Volvió a dejarlo en él cuando escuchó su gemido de dolor. - ¿Qué te ha pasado?
- Esos malditos perros del imperio. – Se remangó el pantalón y le mostró la herida sangrante. El barbero puso una mueca de preocupación - Está fea, ¿eh?
- Sí, está bastante fea, pasa.
El vagabundo se giró.
- Te presento a… - Acababa de caer en que no sabía su nombre, pero improvisó rápidamente al mirarle a los ojos - … Violet.
El barbero se inclinó ligeramente.
- Olaf, a su servicio. – La chica se sonrojó cuando el hombre cogió suavemente su mano y sonrió tímida.
La casa era grande, disponía de cocina, salón y una habitación con una cama de matrimonio. Al atravesar la otra puerta se llegaba a una amplia sala con varias sillas, espejos e instrumentos para la higiene y la peluquería.
- Por aquí – Le dijo a Félix que se sentó en una silla. – Déjame ver eso de cerca – El barbero aproximó la pierna hacia su rostro ajustándose un monóculo al ojo. – Es curable, pero me temo que no puedo prometerte una curación total y por supuesto, te garantizo una fea cicatriz.
- Haz lo que tengas que hacer – Dijo Félix apartando la mirada con miedo. Se encontró con los ojos preocupados de Violet, como la había llamado, debajo del marco de la puerta. – Olaf también es cirujano, no cómo los médicos de bueno, pero sus remedios son más rápidos e igual de eficaces con un inconveniente… - Su frase se cortó por un aullido de dolor al notar como una aguja seguida de un fino cordón de tela curada le atravesaba la piel una y otra vez soldando la herida. Cuando hubo terminado prosiguió - … es algo doloroso.
- Listo – Dijo Olaf mientras se levantaba y se quitaba el monóculo – Sanará en pocos días, pero no la fuerces demasiado. ¿Qué te ha pasado esta vez?
La pregunta dio a entender a Beatrix qué había venido por motivos similares más veces.
- Verás, Violet – Dijo señalando a la chica – Ha matado a Dieter…
- ¿¡El hijo del inquisidor!?
- Sí, el hijo del inquisidor, un cretino enchufado que no ha estudiado Teología en su vida, aumentado de curso por su padre y deseoso de placeres tan viles como la matanza, la guerra y las violaciones, de esta última trataba de huir mi nueva amiga – Había llamado amiga a Beatrix y apenas la conocía de nada – Por lo que se ve es estudiante, del norte al juzgar sus rasgos. Debe rondar los quince o dieciséis años y es completamente muda. – Esto último sobresaltó al barbero – Tranquilo, tiene lengua, es más bien psicológico. – Beatrix estaba atónita, el vagabundo había adivinado multitud de cosas sobre ella, debía de tratarse de alguien bastante inteligente – El caso, el santito de los huevos trató de violarla y ella le mató sin querer en defensa propia, puedes imaginarte el resto.
Olaf clavó sus ojos marrones en Violet.
- Debió de ser horrible – La joven asintió despacio. – Creo que necesitaréis un lugar para dormir esta noche, ella puede dormir en el sofá del salón, tu creo que te bastas con un cojín y el suelo – Dijo sonriendo a Félix.
- Así es, me basta – El vagabundo correspondió a la sonrisa.
La noche era tortuosa, en la calle no dejaban de oírse ruidos y a Beatrix le costaba dormirse. El vagabundo roncaba a pierna suelta boca arriba en el suelo, con su gata acurrucada sobre su vientre. Ya no llevaba el uniforme.
A solas con sus pensamientos por fin. La presión de su situación a veces parecía vencerle, se planteó seriamente la idea de irse de allí y huir por su propia cuenta, pero por otro lado no se creía capaz de sobrevivir sola, había oído pasos al lado de la casa al menos media docena de veces. No podía marcharse ni tampoco dormir. Por una razón desconocida, desde chica necesitaba dormir poco, dormía apenas dos o tres horas al día y estaba como nueva, aunque quizá tras las emociones vividas necesitara un par de horas más de sueño.
Se preguntaba por qué le tenía miedo a hablar y por qué había acabado en aquel lugar, que había hecho mal, por qué se había vengado el karma. Tenía una laguna en su memoria que ocupaba el momento en que había dejado de hablar, pero como tal, no podía recordarlo.
Anduvo perdida en sus pensamientos y envuelta en una manta gruesa de lana gran parte de la noche.
Abrió los ojos sobresaltada por un extraño ruido, no recordaba como se había dormido. Solo sabía que había amanecido, que la puerta estaba abierta y que el sol entraba radiante por ella. Ante Beatrix se alzaba la alta e imponente figura de un inquisidor, con su enorme trabuco apuntando a su cara. Ella desvió la mirada lentamente y contempló aterrada el cuerpo desmembrado y decapitado de lo que había sido Félix.
- Muere, puta – Había dicho el inquisidor antes de apretar el gatillo. No había sonado ningún disparo, no había visto nada pues había cerrado los ojos a tiempo.
Abrió los ojos, Félix la agarraba por los hombros.
- Tranquila pequeña, ¿Qué te sucede? – Estaba amaneciendo y la puerta de fuera estaba entreabierta.
- ¿Qué ocurre? – Olaf salía de su cuarto preocupado.
Beatrix tironeaba de la gabardina mugrienta del vagabundo dirección hacia un lado y señalaba nerviosa la puerta, como si algo terrible estuviera a punto de pasar. En ese momento comenzaron a oírse pasos por fuera, Olaf desvió la mirada.
- A prisa, bajo la trampilla debajo de la silla.
Félix agarró del brazo a Beatrix y comenzó a bajar por la trampilla, esta agarró con firmeza el arcabuz antes de seguirle.
Olaf cerró la puerta y a los pocos segundos esta voló por los aires. Al despejarse la polvareda se alzaba uno de los inquisidores.
- Vaya, buenos días – saludó irónicamente Olaf - ¿En qué puedo ayudaros? Tenéis un humor espléndido esta mañana.
- Huele a bruja. – Se limitó a decir, y con un gesto de su mano entraron dos guardias con él. El inquisidor tenía el rostro curtido y arrugado, su barba corta comenzaba a florecerle dándole un aspecto aterrador, una enorme cicatriz le cubría la cara. Era corpulento, en una mano portaba un enorme trabuco de boca ancha y en la otra un maletín de madera de pino.
- Creo que no me he duchado esta mañana – Añadió el barbero.
- Escúcheme bien – Dijo el inquisidor acercándose al barbero – Voy a registrar esta casa, si no encuentro nada nos iremos por donde hemos venido, si encuentro algo sospechoso… te mataré, a no ser que me digas y demuestres que hay algo sospechoso, claro está. – El hombre corpulento le tendió la mano - ¿Trato hecho?
El barbero dudó unos segundos, pero era rápido de mente.
- Mi religión me dicta que tengo que hacer una breve oración antes de un juramento, si no le importa…
- Más te vale que sea breve – Dijo mientras hacía sonar su trabuco al cargarlo – Si no seré yo quien acorte el trato.
- Ohcet le aicah arapsid y etnaled aiciah sosap sod ad, xiléF – entonó con voz grave el barbero.
- ¿Qué clase de idioma es ese? – Preguntó el inquisidor algo extrañado.
- El común – dijo con una sonrisa – al revés – concluyó con un disparo procedente de un lugar invisible que atravesó su planta del pie y su mano izquierda. El inquisidor aulló de dolor soltando la maleta de madera. - ¡Imbécil, has fallado!
Los dos soldados se pusieron en guardia enseguida, pero el barbero lanzó una diestra cuchilla que fue a clavarse en el vientre de uno, haciendo que callera al suelo. Empuño su sierra de amputar y embistió con fuerza contra el otro, sesgándole el cuello casi por completo y acabando con su vida.
Un segundo disparo sonó desde el subsuelo, esta vez falló por completo. El inquisidor se había agazapado contra la pared y ya era tarde cuando Olaf se percató de que le estaba apuntando con el trabuco cargado. Un tercer disparo le dio en la mano desde abajo y desvió la nube de perdigones que estalló contra la pierna del barbero haciendo que callera al suelo con un grito entre el terror y el dolor.
- ¡Hereje! – Su grito murió en su boca con el último disparo. Si hubiéramos mirado hacia debajo, si pudiéramos ver a través del suelo comprobaríamos que Félix se hallaba en el lugar inicial con los ojos como platos. Beatrix había dado los cuatro disparos y había acabado con la vida del inquisidor. Salieron de su escondite cuando lo único que oían eran los gemidos del barbero.
Lo encontraron tirado en el suelo, su pierna descansaba cenicienta a pocos centímetros de su muñón. Pero Olaf sonreía, le sonreía a Violet.
- Buen tiro. – Su cara volvió a contorsionarse.
Dio breves instrucciones a Félix, este cumplió con su deber y le proporcionó agua, vendajes y le acercó la sierra de amputar miembros. Con un grito de dolor, el barbero se seccionó un par de centímetros más del muñón como si cortara lonchas de chorizo. Se aplicó el agua y las medicinas y finalmente se vendó la pierna.
- Sobreviviré. Acércame la muleta – Beatrix se la acercó rápidamente – Voy con vosotros, ya no tengo nada más que hacer aquí.
Bajaron por la trampilla y se marcharon por un pasadizo secreto en la pared que se dirigía a las cloacas. Depositaron allí los cadáveres, los despojaron de lo que pudiera ser útil y partieron aguantando el hedor.
Por el camino, Olaf les contó que ese mismo inquisidor había matado a su mujer hacía tres años. Beatrix había vengado la muerte de su amada y ya no necesitaba nada de sus pertenencias en la casa, había vivido lo suficiente para cumplir su objetivo, para ver morir ante sus ojos al hombre que asesinó a la mujer que amaba.
De repente Beatrix no se sintió tan mal como lo había hecho anteriormente por haber matado a una tercera persona.

lunes, 2 de noviembre de 2009

El Vagabundo

El vagabundo


Beatrix corría incesante, pasó rápido entre las calles abarrotadas de gente. Acababa de matar a un teólogo de la capital, había sido en defensa propia pero la justicia del imperio era implacable contra los asesinatos, y más aún contra las mujeres. Estuvo a punto de caerse una docena de veces, sabía que contaba al menos con una hora antes de que se corriera la voz. Había visto lo que les hacían a los asesinos, el día que llegó a la capital desde el norte había coincidido con un ajusticiamiento. Un montón de gente estaba alrededor del patíbulo cuando apedrearon a un viejo atado de pies y manos, le lanzaron piedras de todos los tamaños hasta que dejó de moverse. Le pareció cruel y despiadado, y ahora ese recuerdo solo le producía retortijones.
Estaba atardeciendo, sería de noche cuando los guardias comenzaran a peinar la ciudad. Además era probable que Berto la hubiera puesto de bruja, lo cual reforzaría la búsqueda con la ayuda de los inquisidores… Beatrix sabía que su jefa Marga podría darle cobijo y protección de los guardias, pero no de los inquisidores, estos eran especialistas en el arte de matar, morbosos soldados que disfrutaban persiguiendo y destruyendo a las personas que pensaban de forma diferente a ellos, además estaban dotados de permisos legales para matar inocentes en sus búsquedas de sectarios, brujas y otros tipos de personas a los que denominaban “infieles”.
Llegó por fin a su residencia, entró corriendo y a trompicones, abrió el armario y echó en la cama un saco abierto. Comenzó a llenarlo con un par de mudas, otro saco más pequeño que contenía pan, queso y algunas piezas de fruta, unos pergaminos limpios para escribir, unos cuantos libros, su material de cálculo y de escritura y por último un papel doblado varias veces y sellado con cera roja. Bajo sus párpados las lágrimas escapaban ávidas, acababa de arruinar su vida, sus padres no la querrían en casa, tendría que huir lejos y sola a un lugar donde quizá pudiera sobrevivir, donde quizá su hazaña no llegara a oídos de nadie. Maldita justicia del imperio… eso pensaba una y otra vez.
Cuando hubo terminado cerró la puerta despacio, escuchó una conversación abajo, una voz hosca y grave preguntaba a la amable recepcionista.
- ¿Conoce usted a esta muchacha?
- Me suena de algo – Mintió la recepcionista - ¿Por qué?
- Eso es información confidencial, ¿Se aloja aquí? – El tono del guardia comenzaba a ser amenazante.
- Si – Respondió tras unos segundos de silencio – Le llevaré a donde está.
El corazón de Beatrix latía a una velocidad de vértigo, hubo un momento que temió sufrir un paro cardíaco. No lo podía creer, estaba perdida, la recepcionista de su residencia la había traicionado. Se sentó en el suelo perdiendo la fuerza, ahora subirían, la encontrarían y la torturarían al amanecer, quizá la lapidaran o algo peor… Escuchó los pasos en la escalera, pero no estaban subiendo, estaban bajando. La recepcionista había intuido lo que sucedía y le estaba dando la oportunidad de escapar. Beatrix no la desaprovechó, bajó las escaleras hasta la entrada con paso silencioso y el corazón acelerado. Se asomó a la puerta y vio que ya había oscurecido, salió de la posada y corrió. Corrió hacia ninguna parte como alma que lleva el diablo, callejeó buscando una salida, una forma de escapar. Corrió durante media hora hasta que ya no pudo más y cansada se apostó al lado de un cubo de basura, sucia y mojada por el sudor.
Solo iba a tomar aliento durante cinco minutos y después seguir corriendo, pero sus planes se vieron frustrados. Oyó pasos cerca, dos pares de botas que intercambiaban frases.
- De todos los lugares hay en la capital, nos ha tenido que tocar rastrear los arrabales…
- Desde luego, pero anímate, si la encontramos antes que esos inquisidores los aumentarán el rango, ¿De qué se le acusa, por cierto?
- Ha matado a Dieter, el hijo de Nuñez.
- ¿El líder inquisidor? Esa chica está perdida.
Beatrix mantenía su mano apretada fuertemente contra su boca, con miedo de respirar demasiado alto. Su nerviosismo la hacía temblar, su presión en ese instante la hacía marearse.
- ¿No oyes algo?
- Sí, creo que viene de ahí – Dijo señalando el contenedor.
La joven los escuchó acercarse con paso ligero y silencioso, se oían las botas de cuero sobre el húmedo suelo y los repiqueteos de los arcabuces al recargar. Casi podía oír su respiración cuando de repente una mancha salió del contenedor a una velocidad de vértigo produciendo un sonido similar al siseo de una serpiente. Con el vello erizado y el lomo arqueado se hallaba un enorme gato negro que clavaba sus ojos claros en los guardias.
- Solo es un gato.
- Gata, mi gata – Una figura salió doblando una esquina de la calle, un hombre de estatura media con una barba descuidada de color grisácea y unos dientes descolocados y amarillentos. – No es una gata cualquiera, es muy lista – El vagabundo se acercó, pasó al lado de Beatrix sin desviar su vista para mirarla, aunque estaba claro que la había visto, desde la otra dirección nada la ocultaba. Vestía ropas de cuero mugrientas y hechas jirones, un sombrero de ala larga roído y portaba un palo de roble que utilizaba a modo de bastón – Si les interesa puedo vendérsela.
- Y un mendigo – Suspiró el otro guardia.
- Por favor, prefiero que me llamen trotamundos.
- Si claro, lo que quieras, escucha, ¿Has visto a una chica bajita de ojos violetas?
- He visto muchas chicas bajitas de ojos violetas a lo largo de mi vida, caballero. Me temo que tendrá que concretar más – El vagabundo hablaba con una elegancia, una educación y una el gracia fuera de lo normal, envidiable incluso para algunos nobles.
- Me refiero recientemente, viejo idiota.
El vagabundo no se inmutó pese a los insultos. Fingió meditar unos instantes mientras se apoyaba en el contenedor, a pocos centímetros de la invisible cabeza de Beatrix para los guardias.
- Ya lo recuerdo, estaba huyendo dirección al norte. Pasó hace pocos minutos por estas calles, llevaba un saco colgado a su espalda y corría con nerviosísimo.
Los dos guardias se dieron la vuelta con gesto hosco y comenzaron a caminar en la dirección indicada. Cuando los pasos dejaron de oírse el vagabundo susurró sin moverse.
- Ya puedes salir, se han ido.
La joven se irguió temerosa, sus ojos se cruzaron con los del mendigo e hizo una rápida reverencia como gesto de gratitud. Se rebuscó en los bolsillos y sacó una moneda de plata reluciente, la puso en la mano del viejo y le cerró los dedos.
- Por favor, me estás insultando joven – Dijo mientras le devolvía la moneda – No necesito dinero. ¿No puedes hablar?
Beatrix abrió los ojos como platos, hacía ya varios años que no pronunciaba una palabra, pero la gente siempre tardaba más en darse cuenta.
- Veo que llevo razón, por suerte no hace falta que me cuentes que sucede, he oído a esos dos guardias.
La joven tenía miedo de que pensara que era una asesina, quería explicarle los motivos, la escena, los porqués, todo. Pero no podía hablar. Como si le hubiera leído la mente el vagabundo habló.
- Te intentó agredir, violar o algo peor, ¿No es cierto? Y le mataste sin querer.
Beatrix asintió con fuerza con gesto de alivio en su cara.
- Me llamo Félix, pero mis amigos me llaman El Gato. También soy un enemigo del imperio, ven conmigo. Voy a ayudarte a salir de aquí.
Con un silbido del vagabundo, la gata bajó del contenedor y se apresuró a seguirles. No habían avanzado más de cuatro pasos cuando volvieron a escuchar los rotundos pasos que se acercaban.
- Oye, ¿Por dónde has dicho que se ha id…? – La pregunta murió en los labios del guardia al ver a la chica.
Un silbido retumbó en el ambiente y la gata se lanzó a la velocidad del rayo hacia la cara del guardia, Félix corrió también hacia el pero el gato fue más rápido, el guardia aullaba de dolor al sentir las duras garras de la gata negra hundirse en su rostro tratando de acertar en los ojos, sus gritos atrajeron al otro guardia pero Félix estaba esperándole y lanzó un potente golpe con su bastón dirección a la cara del guardia. Por desgracia para él, los guardias parecían estar mejor entrenados últimamente y tuvo los reflejos suficientes para agacharse mientras desenvainaba el sable. Su compañero seguía aullando de dolor, moviéndose sin rumbo y chocando con todos los obstáculos que había en el callejón mientras trataba de quitarse el animal de encima.
- Viejo idiota, no eres rival para un soldado del imperio. – El guardia le lanzó una estocada, pero Félix era ágil y fuerte para su edad. Se agachó al tiempo que la espada le cortaba el pico del gorro como si fuera de mantequilla. Félix lo notó antes de subir.
- Joder, es mi sombrero favorito – Cerró el puño y subió con fuerza propinándole un gancho en la barbilla. El guardia se mordió la lengua y de su boca brotó sangre.
El vagabundo no perdió la oportunidad, le asestó una patada en el estómago seguida de un rodillazo en mitad de la cara. Se le desprendió el arcabuz. Félix lo agarró con ambas manos y apuntó al guardia caído, pero algo llamó su atención.
- Condenado animal… - El guardia se había deshecho de la gata y la tenía agarrada contra la pared con la espada desenvainada. El felino trataba de desenvolverse de la fuerte mano del guardia pero sus intentos resultaron frustrados.
- ¡No! – Gritó Félix girando sobre sí mismo y cambiando el objetivo de la bala, que salió disparada con una fuerte explosión y se introdujo por el oído del guardia. La gata se liberó fácilmente de la mano inerte.
En ese instante, el soldado ensangrentado que estaba en el suelo propinó una patada en la espinilla a Félix, por mucha experiencia que tuviera el vagabundo en peleas callejeras, estaba enfrentándose a un hombre veinte años más joven y adiestrado en el combate. Félix cayó al suelo con un gesto de dolor, el guardia extrajo su espada de nuevo y asestó un tajo. El vagabundo interpuso la pierna y el soldado abrió una herida profunda en la misma, Félix aulló de dolor.
- Y ahora, muere – El soldado estaba en posición de ensartarlo con la espada y al punto de bajarla con fuerza y abrir el vientre del vagabundo.
Un disparo sonó en el callejón, retumbó en las paredes de ladrillo y el eco pareció extenderse infinitamente. El guardia se miró el pecho ensangrentado y abierto a causa de una bala, calló hacia atrás con un sonido sordo. Félix miró hacia detrás y vio el rostro más pálido de lo normal de la joven de ojos lilas, esta con la mirada perdida soltó el arcabuz que había recogido cuando el vagabundo cayó al suelo, y se arrodilló sobrecogida por lo que acababa de pasar, sin fuerzas.
- Pensé que ibas a tardar más en devolverme el favor joven. – Dijo el vagabundo mientras se levantaba cojeando. La gata maulló y se le subió al hombro.
La joven dejó escapar una lágrima bajo el párpado. Había matado a otra persona.

La estudiante

La Estudiante

La universidad estaba plagada de gente, los estudiantes, ataviados con túnicas caminaban en grupos por los vetustos y bien iluminados pasillos. La diversidad de las ciencias que se aplicaban allí se hacía notar en el ambiente, había personas con herramientas, otras con material de escritura, algunas con instrumentos de disección y solo algunos de ellos con astrolabios y mapas del cielo. La astronomía y la física tenían fama de ser las más difíciles además de las más inútiles, lo que estaba de moda era estudiar ingeniería o metalurgia y de ese modo servir en la guerra, pero no era eso lo que pensaba nuestra amiga.
Beatrix tenía quince años y era la única chica que estudiaba física y astronomía. Su clase era poco numerosa y entre los alumnos que no venían nunca, los que desistían a causa de la dificultad y los que iban a clases a dormir se podía decir que era la única persona de su clase. Beatrix tenía los el pelo castaño oscuro, caído hacia una parte de la cara y corto, cosa que entre las chicas de la época no estaba muy de moda. Sus ojos eran de color lila, un rasgo extraño y en ocasiones de mal presagio que se estaba perdiendo a lo largo de la historia. Entre su corta estatura, su pelambrera descuidada y corta, el color de sus ojos y el hecho de ser la única chica científica era el blanco de demasiadas burlas.
La joven trabajaba durante la tarde como copista, ya que en el viejo mundo la gente no solía saber escribir le resultó fácil encontrar el trabajo, trabajaba dos horas diarias y el sueldo le llegaba para pagar su residencia, su comida y poco más.
Los profesores solían tenerle aprecio aunque no demasiado, en una sociedad machista como la de aquel entonces que una mujer estudiara y que además fuera la alumna número uno no estaba bien visto. Por otro lado y desgraciadamente, había compañeros de otras carreras que estaban encantados de ver a una chica por esos lugares, demasiado encantados.
- Eh, Beatrix – Cada dos por tres oía ese nombre por el pasillo. – Ven a mi residencia después de clase, ¿No? – Un brazo se le paso fuerte y pesado en torno a los hombros. Beatrix alzó sus ojos violáceos y vio la cara enjuta y aguileña de Dieter, uno de los alumnos de teología. Quiso negarse de malas maneras pero la interrumpieron.
- Vamos Dieter, ¿Compártela no? – Un segundo brazo se deslizó bajo su manga mientras una mano seca y sudorosa aferraba la suya. Beatrix miró al acompañante de su izquierda y descubrió a Berto, el compinche de Dieter.
- Que dices Beatrix, ¿Te vienes a pasar un buen rato con nosotros? – El nerviosismo comenzaba a afectarle, quería deshacerse de los dos, pero la tenían agarrada fuertemente y la mano de Dieter se deslizaba por el cuello de la muchacha. Ella cerró los ojos y apretó los dientes cuando las sudorosas zarpas de Berto le apretaron las mejillas. Dieter se acercaba a ella. – Vamos, dame un besito, lo bueno comenzará después. – La arrastraban poco a poco hacia los baños, estuvo allí antes de darse cuenta. – Berto vigila por si viene alguien – la rechoncha y repugnante figura de Berto se asomó por la rendija de la puerta.
Beatrix comenzaba a respirar aceleradamente, en alguna ocasión había hecho el amago de gritar, pero el nerviosismo y el terror le pudieron.
- No viene nadie. Desnúdala. – Al oír esto, la joven comenzó a patalear y a moverse violentamente mientras boqueaba, pero los enjutos brazos de Dieter eran más fuertes. Comenzó por aprisionarle un brazo, con el otro le agarró del pelo, le arañó, le golpeó pero Dieter seguía riendo como un psicópata. Las lágrimas corrían por el rostro de Beatrix, su mano libre recorrió la pared en busca de algo y halló una anilla de hierro para agarrarse incrustada débilmente en la pared.
Berto miraba el espectáculo entretenido.
- Empuja pedazo de puta, empuja – gritaba Dieter presionándola contra la pared aún con los calzones abrochados.
Beatrix gemía de dolor y miedo, agarró la anilla con todas sus fuerzas, estaba oxidada y raspaba pero aun así tiró de ella con fuerza, la gravilla del azulejo se desprendió cuando comenzó a ceder hasta que al final logró sacarla con un fuerte tirón. Por inercia, fue a estrellarse contra la sien de Dieter haciéndole caer al suelo. Berto se había quedado atónito y la joven estaba paralizada de terror, Dieter estaba en el suelo, inerte como un despojo con su cabeza rodeada por un charco de sangre.
- Asesina… ¡Asesina! ¡Voy a denunciarte a los cazadores de brujas! – Berto salió del baño corriendo y pidiendo auxilio.
Beatrix tras unos segundos reaccionó y corrió. Notaba la adrenalina fluyendo por sus venas, bajó la escalera al punto de caerse, abrió la puerta y corrió, corrió asustada sin saber a dónde ir. Acababa de matar a una persona.