lunes, 30 de noviembre de 2009

El pescador

El pescador
El hedor se hacía cada vez más contundente y el calor, denso como la mantequilla, hacía que la piel de nuestros personajes estuviera cubierta por una película de sudor. Avanzaban a paso lento, la fuerte constitución de Olaf hacía que pudiera moverse con ayuda de su muleta a duras penas, no obstante, seguía retrasando la marcha. El ensangrentado muñón le escocía terriblemente bajo la pierna. Su piel se estaba pudriendo por los alrededores formando una capa de pus verde blanquecino.
Beatrix tenía las prendas pegadas al cuerpo, su pelo estaba oscuro y brillante a causa del sudor y su semblante era serio. Iba la primera junto con la gata de Félix y el arcabuz listo para disparar. La verdad, no dejaba de sorprender al vagabundo, la chica tenía más o menos quince o dieciséis años, había estado estudiando toda su vida pero disparaba como si hubiera formado parte del ejército, no tenía la puntería de Félix pero… si se entrenaba, pronto la tendría.
- Necesito parar… - La voz de Olaf no pudo disimular su malestar.
Félix lo ayudó a sentarse en un lateral de la cloaca, el fluido verde y maloliente no cubría esa acera. Olaf echó mano de su bolsa de cuero y extrajo vendas limpias y un frasco de antibiótico. Vertió un chorro del líquido transparente en las telas antes de despegarse la cataplasma, cuando lo hizo el hedor del ambiente aumentó. Su herida se había vuelto negra como el carbón, el propio Olaf no pudo disimular una mueca de sorpresa.
- Dios mío… - La voz de Félix tampoco era reconfortante, los ojos de Beatrix estaban abiertos como platos.
Tratando de hacer caso omiso, Olaf se apretó la nueva cataplasma contra la pierna, el escozor lo llenó por completo, los lagrimones brotaron de sus ojos y la piel se le puso de gallina, pero aguantó.
- Listo – Dijo mientras se ayudaba de su muleta para ponerse en pie – Podemos seguir.
Tanto Félix como Beatrix sabían que no servía de mucho hacerse el duro después de haber mostrado la pierna. En parte, ambos sabían algo de medicina, Félix había viajado de país en país durante años y había aprendido mucho, Beatrix por el contrario no había viajado tanto, pero había asistido a clases relacionadas con la sanidad. De todos modos, no hay que ser un lince para saber que una herida negra y un olor nauseabundo son malas señales.
- Hay un problema – Olaf había abierto la boca de nuevo. – Las alcantarillas no se extienden más allá del puerto, deben tenerlo cortado, ¿Cómo pensamos escapar?
Beatrix esperó que Félix respondiese, ella no conocía mucho la ciudad.
- Tengo un viejo amigo trabajando en el puerto. Un pescador, no es de rango alto pero posee un pequeño barco lo suficientemente amplio como para transportar a cuatro personas.
Olaf dudó.
- ¿No sería más inteligente por su parte entregarnos y ganarse una buena recompensa?
- Depende lo que entiendas por inteligente. – Beatrix observaba, parecía aprender. Su pequeña estatura y su ropa dada de sí le daban la apariencia de una niña, aunque técnicamente, tenía una corta edad. – Sí lo usas como pareja de egoísta, sí, nos entregaría y viviría bien algún tiempo más, sí lo usas como pareja de amistad, nos ayudará a escapar y no se comprometerá con el caso, manteniendo su humilde nivel de vida.
Olaf bajó la mirada pensativo.
- ¿Y si le pillan con nosotros a bordo?
- Entonces habrá que luchar – El vagabundo sonrió, parecía tener respuestas para todo.
Siguieron caminando un rato más por los angostos corredizos, cada paso que daban los gemidos de Olaf eran más evidentes y acentuados, parecía que le estaba subiendo la fiebre. Por suerte, llegaron a la apertura del puerto ya entrada la noche, los guardias estaban dispersados por todo el muelle. Se notaba que había sido el hijo del inquisidor primero, si hubiera sido cualquier otra persona no habrían movido ni la mitad de la milicia. Aguardaron el momento justo para salir y esconderse tras una vieja barca volcada. Nunca supieron que antes de salir de las alcantarillas habían pasado por encima de un antiquísimo cartel de “Se busca”.
Beatrix se quedó con Olaf en la barca. Le dio el trabuco de boca ancha y ella se quedó con el arcabuz normal. Félix avanzó tranquilo hacia las casas del puerto, no tenía nada de extraño que un vagabundo saliera de la playa a esas horas.
- Una moneda para un anciano – Dijo apoyándose pesadamente en su bastón cuando pasó junto a un guardia.
- ¡Aparta mendigo! – Respondió amagando un empujón.
- ¡Vagabundo! ¡Un respeto!
La disputa había sido fingida a la perfección. Félix avanzó hasta la casa de su amigo, una nave de madera con un letrero pendiente de cadenas de hierro oxidado. “Pescadería Otto”. Félix llamó cuatro veces consecutivas, tras unos segundos tres golpes sonaron del otro lado de la puerta y a continuación el vagabundo propinó dos suaves puntapiés. La puerta se abrió con un sonido metálico mostrando la enjuta y anciana figura de un personaje de pelo blanco. Sus ojos, grandes y brillantes, parecían observarle con miedo.
- ¡Félix, viejo amigo! – Su voz chillona y su aspecto frágil le daban apariencia de ratón.
- ¿Qué tal Otto? – Preguntó el vagabundo con una amplia sonrisa. La gata pareció saludarle con un maullido.
- ¿Cómo estás Luna? – Preguntó el pescador mientras acariciaba el pelaje de la gata.
- No es un buen lugar para hablar, querido amigo. ¿Puedo pasar?
- Claro, estás en tu casa – Concluyó haciéndose a un lado.

Olaf gemía de dolor, las venas de su cuello y su mente comenzaban a hacerse notar por el esfuerzo. Beatrix quería decirle que se calmara, quería que la oyera, pero era incapaz de hablar. Las palabras morían en su garganta cada vez que lo intentaba.
- Violet… - La voz de Olaf sonaba cada vez más débil – he cumplido mi objetivo… dejadme aquí… - Sonaba entrecortada por los gemidos – La vida del fugitivo no está hecha para los tullidos…
Beatrix quería decirle que no, que no lo dejarían, pero por otro lado, su mente se perdía de nuevo en los pensamientos que indicaban un cambio drástico en su vida. “La vida del fugitivo” había dicho Olaf. Ella había viajado a la ciudad imperial para estudiar física y astronomía, ¿Cómo había llegado a ese punto? ¿Cómo había cambiado su historia en dos días? Muchas preguntas se dibujaban en su cabeza, pero estaba claro que fuera como fuese, solo podía seguir adelante, y estaba dispuesta a hacerlo.
- Violet… abre mi mochila… - La joven se quedó pasmada cuando descubrió lo que esta contenía. – Te diré que haremos, pero no se lo digas a Félix.


- Vaya, menuda aventura nos espera, ¿No? – La voz del pescador tenía un matiz humorístico. Rondaba la misma edad que Félix pero era más pequeño y delgado.
- Eso parece viejo amigo, se me ocurrió huir al bosque pero las puertas de la ciudad están más que vigiladas, parece que los perros del imperio no han intuido que El Fantasma también tiene amigos en el mar.
- Ayúdame con esto – Ambos hablaban mientras cargaban distintas provisiones en un baúl de madera.
- ¿Tienes algo que no sea verdura? No sé, ¿Pescado o algo?
- El pescado lo sacaremos del mar, nos interesa mantenernos fuertes y ligeros, es decir, este cajón y aquel barril de agua. – Otto se detuvo unos instantes – Además, ¿Tu no eras vegetariano?
- Y lo soy, pero mis amigos no, ya sabes, por los que estamos metidos en esto.
- Oh si – El pescador pareció recordarlo todo de golpe.
- La edad, ¿No? – Añadió Félix en tono burlón.
- No debería hablarme de eso una leyenda – Respondió con una carcajada.
- Si bueno, fui lo que fui cuando se me requirió, ahora trato de olvidar mi pasado.
- ¿No me digas que no se lo has contado a la chica?
- Ni lo haré, para ella no soy más que lo que quiero ser, un viejo harapiento y con olor a ron barato.
- Eres increíble.
- No, soy un vagabundo. – Concluyó Félix mientras ayudaba al pescador a colocar el pesado baúl en el interior del barco. – Vamos a tener que esperar una media hora – dedujo mirando como una densa nube se desplazaba lenta y constante tapando la luna.
- ¿Para qué?
- Para que la nube tape la luna y nos hallemos en la mayor oscuridad posible.
- Y… ¿Olaf y Violet saben el plan?
- La chica lo deducirá.
Esperaron en silencio dentro del barco, el agua mecía suavemente la estructura. Cuando hubo llegado el momento Otto dio la señal a Félix para que soltara el cabo. El barco partió en perfecto mimetismo con las aguas, fundiéndose con el entorno gracias a la carencia de luz. Poco a poco, fueron acercándose al punto donde iban a recogerlos.

- Corre chica, ahora es el momento de huir. – Olaf concentraba toda su fuerza para que su voz no temblara por el dolor.
Beatrix negaba con la cabeza con lágrimas en los ojos, Félix y el la habían ayudado, y ambos habían sufrido terribles heridas por eso. Le hubiera gustado explicárselo, pero no tenía material de escritura. Olaf agarró la mano de la joven, le puso en ella una cuchilla de afeitar replegable de plata y se la cerró con fuerza después para que no la soltara.
- Si no te vas ahora mismo, haré que huyas por las malas. – Le aseguró el barbero – tienes cinco segundos.
Beatrix seguía negando con la cabeza, su pelo estaba destartalado y su rostro cubierto por manchas de suciedad que se habían adherido a la piel por el sudor, pero sus ojos lilas brillaban como nunca.
- Tú lo has querido. – Olaf no esperó, cargó el trabuco y disparó hacia el cielo.
El ruido había hecho que el repiqueteo de los pasos de los guardias cesara por unos instantes, antes de que una oleada de gritos y de ruidos embriagara el ambiente.
- ¡Por allí! ¡Un disparo! – Se oían gritos de todo tipo por parte de los guardias.
Beatrix estaba aterrada, se había quedado atónita, no entendía nada, el miedo la paralizaba y le impedía moverse. Olaf maldijo en voz alta antes de empujarla y devolverla al mundo real, Beatrix corrió dirección al mar, corrió como nunca lo había hecho, sus lágrimas se derramaban por sus mejillas.
Los guardias llegaron al lugar de los disparos, Olaf se había cubierto de arena y había tapado la mercancía con más arena, combinado con la oscuridad que había permitido correr a Beatrix sin ser vista, hizo que los guardias no advirtieran nada fuera de lo normal.
- ¿A que huele? – Preguntó uno de los guardias imperiales. – Es idéntico al olor de los campos de ejecución.
- Claro… - Una voz sonó ante ellos, una voz cansada pero con matices graves y poderosos. – Es el olor de la muerte – Dijo mientras se descubría el rostro. Tenía un arcabuz cargado apuntando a lo que parecía un montículo de arena.
- ¡De qué coño va esto!
- Por fin juntos, amor mío…
Sus últimas palabras quedaron el ambiente en silencio, el propio sonido de las olas parecía haberse detenido antes de que el tenue y metálico sonido del arcabuz hiciera que los explosivos detonaran con un enorme y luminoso estruendo. Beatrix, pese a estar ya lejos, notó como la onda expansiva la empujaba y la arrojaba al suelo, antes de levantarse de allí dejó que las lágrimas corrieran ávidas por sus mejillas mientras su cuerpo se estremecía por el llanto.
Tras unos segundos que se hicieron eternos, la joven continuó corriendo con paso cansado hasta que divisó el barco que le había descrito Félix. Apenas estaba a pocos metros de la nave cuando vio como un hombre viejo y enjuto arrojaba al agua un salvavidas atado de una cuerda. Beatrix lo agarró, la profundidad le impedía tocar el lecho con sus pies. La realidad se veía borrosa, estaba en estado de shock por lo que había sucedido. Todo transcurrió rápido, a base de fuertes tirones consiguieron subirla a la cubierta, al llegar cayó de rodillas exhausta y empapada, ante ella y con una toalla estaba el simpático rostro del anciano y a una corta distancia, en el punto más estrecho de la proa, se alzaba la figura de Félix ataviada con sus mugrientas ropas. Luna se frotaba comprensiva contra sus piernas. Parecía haber pasado mucho tiempo desde que el vagabundo lloró por última vez…

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