domingo, 22 de noviembre de 2009

El barbero

El barbero

La extraña pareja andaba ahora más tranquila por las angostas callejuelas de los arrabales. Habían escondido los cuerpos bajo la basura del contenedor. Félix se había sobre su mugrienta ropa un uniforme de soldado con el logotipo de la flor de lis, aunque su aspecto lo denotaba un poco, de lejos sí que podría dar el cante. Caminaba cojeando, apoyándose pesadamente en el bastón y en el hombro de Beatrix. Su pierna dejaba un rastro de gotas de sangre y era incapaz de apoyarla en el suelo. De vez en cuando gemía sordamente de dolor.
- Por ahí – Indicó una salida – Vamos a tener que ir a ver a un amigo mío me temo.
Eso de “me temo” no acababa de gustarle a la joven. Pero en cierto modo se sentía segura, trataba de no pensar en que había matado a un hombre pero su mente la traicionaba recordándoselo una y otra vez. Portaba el sable y el arcabuz del soldado que acababa de matar, habían podido salvar pólvora y balas suficientes para cinco o seis disparos. La verdad es que al menos tenía la certeza de que había matado en defensa propia, eso aminoraba su malestar pero no lo hacía desaparecer. Hacía unas horas estaba estudiando en clase de aritmética y ahora se encontraba mojada, sucia y maloliente ayudando a caminar a un hombre mojado, sucio, maloliente y además viejo, aunque la verdad es que comenzaba a caerle bien, se fijó en sus rasgos: Su barba con tonalidades grisáceas, su pelo largo que le caía por ambos lados de la cabeza, su gorro de ala larga con el pico pendiente de un hilillo, allí donde el guardia le había asestado la estocada. Sus ojos eran de un color azul claro, casi blancos y su piel tenía algunas arrugas de adulto, debía rondar unos cuarenta o cincuenta años. Un maullido de la gata la sacó de su trance.
- Hemos llegado – Dijo parándose ante una puerta de madera pintada de verde con un letrero casi borrado donde podía leerse a duras penas: “Barbería Olaf” – Se lo que estás pensando y no, no voy a afeitarme. – Cerró el puño y llamó a la puerta. Una voz adulta y a la vez joven sonó desde el otro lado de la puerta.
- Cuando el águila vuela bajo…
- El oso baja la zarpa. – Respondió el vagabundo como si de un acertijo se tratara.
El sonido del cerrojo cediendo llegó hasta los oídos de Félix, Beatrix y la gata. Cuando la puerta se abrió apareció una figura alta, poco más corpulento que el vagabundo y algo apuesto. Llevaba una barba perfectamente cuidada, un camisón largo y unas zapatillas de andar por casa. Sus ojos de color marrón relucían hundidos en su rostro. Su sonrisa era tranquilizadora y amable.
- ¡Viejo amigo! – Dijo mientras lo abrazaba y lo elevaba del suelo. Volvió a dejarlo en él cuando escuchó su gemido de dolor. - ¿Qué te ha pasado?
- Esos malditos perros del imperio. – Se remangó el pantalón y le mostró la herida sangrante. El barbero puso una mueca de preocupación - Está fea, ¿eh?
- Sí, está bastante fea, pasa.
El vagabundo se giró.
- Te presento a… - Acababa de caer en que no sabía su nombre, pero improvisó rápidamente al mirarle a los ojos - … Violet.
El barbero se inclinó ligeramente.
- Olaf, a su servicio. – La chica se sonrojó cuando el hombre cogió suavemente su mano y sonrió tímida.
La casa era grande, disponía de cocina, salón y una habitación con una cama de matrimonio. Al atravesar la otra puerta se llegaba a una amplia sala con varias sillas, espejos e instrumentos para la higiene y la peluquería.
- Por aquí – Le dijo a Félix que se sentó en una silla. – Déjame ver eso de cerca – El barbero aproximó la pierna hacia su rostro ajustándose un monóculo al ojo. – Es curable, pero me temo que no puedo prometerte una curación total y por supuesto, te garantizo una fea cicatriz.
- Haz lo que tengas que hacer – Dijo Félix apartando la mirada con miedo. Se encontró con los ojos preocupados de Violet, como la había llamado, debajo del marco de la puerta. – Olaf también es cirujano, no cómo los médicos de bueno, pero sus remedios son más rápidos e igual de eficaces con un inconveniente… - Su frase se cortó por un aullido de dolor al notar como una aguja seguida de un fino cordón de tela curada le atravesaba la piel una y otra vez soldando la herida. Cuando hubo terminado prosiguió - … es algo doloroso.
- Listo – Dijo Olaf mientras se levantaba y se quitaba el monóculo – Sanará en pocos días, pero no la fuerces demasiado. ¿Qué te ha pasado esta vez?
La pregunta dio a entender a Beatrix qué había venido por motivos similares más veces.
- Verás, Violet – Dijo señalando a la chica – Ha matado a Dieter…
- ¿¡El hijo del inquisidor!?
- Sí, el hijo del inquisidor, un cretino enchufado que no ha estudiado Teología en su vida, aumentado de curso por su padre y deseoso de placeres tan viles como la matanza, la guerra y las violaciones, de esta última trataba de huir mi nueva amiga – Había llamado amiga a Beatrix y apenas la conocía de nada – Por lo que se ve es estudiante, del norte al juzgar sus rasgos. Debe rondar los quince o dieciséis años y es completamente muda. – Esto último sobresaltó al barbero – Tranquilo, tiene lengua, es más bien psicológico. – Beatrix estaba atónita, el vagabundo había adivinado multitud de cosas sobre ella, debía de tratarse de alguien bastante inteligente – El caso, el santito de los huevos trató de violarla y ella le mató sin querer en defensa propia, puedes imaginarte el resto.
Olaf clavó sus ojos marrones en Violet.
- Debió de ser horrible – La joven asintió despacio. – Creo que necesitaréis un lugar para dormir esta noche, ella puede dormir en el sofá del salón, tu creo que te bastas con un cojín y el suelo – Dijo sonriendo a Félix.
- Así es, me basta – El vagabundo correspondió a la sonrisa.
La noche era tortuosa, en la calle no dejaban de oírse ruidos y a Beatrix le costaba dormirse. El vagabundo roncaba a pierna suelta boca arriba en el suelo, con su gata acurrucada sobre su vientre. Ya no llevaba el uniforme.
A solas con sus pensamientos por fin. La presión de su situación a veces parecía vencerle, se planteó seriamente la idea de irse de allí y huir por su propia cuenta, pero por otro lado no se creía capaz de sobrevivir sola, había oído pasos al lado de la casa al menos media docena de veces. No podía marcharse ni tampoco dormir. Por una razón desconocida, desde chica necesitaba dormir poco, dormía apenas dos o tres horas al día y estaba como nueva, aunque quizá tras las emociones vividas necesitara un par de horas más de sueño.
Se preguntaba por qué le tenía miedo a hablar y por qué había acabado en aquel lugar, que había hecho mal, por qué se había vengado el karma. Tenía una laguna en su memoria que ocupaba el momento en que había dejado de hablar, pero como tal, no podía recordarlo.
Anduvo perdida en sus pensamientos y envuelta en una manta gruesa de lana gran parte de la noche.
Abrió los ojos sobresaltada por un extraño ruido, no recordaba como se había dormido. Solo sabía que había amanecido, que la puerta estaba abierta y que el sol entraba radiante por ella. Ante Beatrix se alzaba la alta e imponente figura de un inquisidor, con su enorme trabuco apuntando a su cara. Ella desvió la mirada lentamente y contempló aterrada el cuerpo desmembrado y decapitado de lo que había sido Félix.
- Muere, puta – Había dicho el inquisidor antes de apretar el gatillo. No había sonado ningún disparo, no había visto nada pues había cerrado los ojos a tiempo.
Abrió los ojos, Félix la agarraba por los hombros.
- Tranquila pequeña, ¿Qué te sucede? – Estaba amaneciendo y la puerta de fuera estaba entreabierta.
- ¿Qué ocurre? – Olaf salía de su cuarto preocupado.
Beatrix tironeaba de la gabardina mugrienta del vagabundo dirección hacia un lado y señalaba nerviosa la puerta, como si algo terrible estuviera a punto de pasar. En ese momento comenzaron a oírse pasos por fuera, Olaf desvió la mirada.
- A prisa, bajo la trampilla debajo de la silla.
Félix agarró del brazo a Beatrix y comenzó a bajar por la trampilla, esta agarró con firmeza el arcabuz antes de seguirle.
Olaf cerró la puerta y a los pocos segundos esta voló por los aires. Al despejarse la polvareda se alzaba uno de los inquisidores.
- Vaya, buenos días – saludó irónicamente Olaf - ¿En qué puedo ayudaros? Tenéis un humor espléndido esta mañana.
- Huele a bruja. – Se limitó a decir, y con un gesto de su mano entraron dos guardias con él. El inquisidor tenía el rostro curtido y arrugado, su barba corta comenzaba a florecerle dándole un aspecto aterrador, una enorme cicatriz le cubría la cara. Era corpulento, en una mano portaba un enorme trabuco de boca ancha y en la otra un maletín de madera de pino.
- Creo que no me he duchado esta mañana – Añadió el barbero.
- Escúcheme bien – Dijo el inquisidor acercándose al barbero – Voy a registrar esta casa, si no encuentro nada nos iremos por donde hemos venido, si encuentro algo sospechoso… te mataré, a no ser que me digas y demuestres que hay algo sospechoso, claro está. – El hombre corpulento le tendió la mano - ¿Trato hecho?
El barbero dudó unos segundos, pero era rápido de mente.
- Mi religión me dicta que tengo que hacer una breve oración antes de un juramento, si no le importa…
- Más te vale que sea breve – Dijo mientras hacía sonar su trabuco al cargarlo – Si no seré yo quien acorte el trato.
- Ohcet le aicah arapsid y etnaled aiciah sosap sod ad, xiléF – entonó con voz grave el barbero.
- ¿Qué clase de idioma es ese? – Preguntó el inquisidor algo extrañado.
- El común – dijo con una sonrisa – al revés – concluyó con un disparo procedente de un lugar invisible que atravesó su planta del pie y su mano izquierda. El inquisidor aulló de dolor soltando la maleta de madera. - ¡Imbécil, has fallado!
Los dos soldados se pusieron en guardia enseguida, pero el barbero lanzó una diestra cuchilla que fue a clavarse en el vientre de uno, haciendo que callera al suelo. Empuño su sierra de amputar y embistió con fuerza contra el otro, sesgándole el cuello casi por completo y acabando con su vida.
Un segundo disparo sonó desde el subsuelo, esta vez falló por completo. El inquisidor se había agazapado contra la pared y ya era tarde cuando Olaf se percató de que le estaba apuntando con el trabuco cargado. Un tercer disparo le dio en la mano desde abajo y desvió la nube de perdigones que estalló contra la pierna del barbero haciendo que callera al suelo con un grito entre el terror y el dolor.
- ¡Hereje! – Su grito murió en su boca con el último disparo. Si hubiéramos mirado hacia debajo, si pudiéramos ver a través del suelo comprobaríamos que Félix se hallaba en el lugar inicial con los ojos como platos. Beatrix había dado los cuatro disparos y había acabado con la vida del inquisidor. Salieron de su escondite cuando lo único que oían eran los gemidos del barbero.
Lo encontraron tirado en el suelo, su pierna descansaba cenicienta a pocos centímetros de su muñón. Pero Olaf sonreía, le sonreía a Violet.
- Buen tiro. – Su cara volvió a contorsionarse.
Dio breves instrucciones a Félix, este cumplió con su deber y le proporcionó agua, vendajes y le acercó la sierra de amputar miembros. Con un grito de dolor, el barbero se seccionó un par de centímetros más del muñón como si cortara lonchas de chorizo. Se aplicó el agua y las medicinas y finalmente se vendó la pierna.
- Sobreviviré. Acércame la muleta – Beatrix se la acercó rápidamente – Voy con vosotros, ya no tengo nada más que hacer aquí.
Bajaron por la trampilla y se marcharon por un pasadizo secreto en la pared que se dirigía a las cloacas. Depositaron allí los cadáveres, los despojaron de lo que pudiera ser útil y partieron aguantando el hedor.
Por el camino, Olaf les contó que ese mismo inquisidor había matado a su mujer hacía tres años. Beatrix había vengado la muerte de su amada y ya no necesitaba nada de sus pertenencias en la casa, había vivido lo suficiente para cumplir su objetivo, para ver morir ante sus ojos al hombre que asesinó a la mujer que amaba.
De repente Beatrix no se sintió tan mal como lo había hecho anteriormente por haber matado a una tercera persona.

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