miércoles, 2 de diciembre de 2009

El Tahúr (Parte I)

El Tahúr (Parte I)

El Tahúr

Los días transcurrían en absoluto silencio. Desde que partieron del puerto de una de las ciudades imperiales Félix se había pasado el día y la noche de pie en la proa, apenas durmiendo tres o cuatro horas. Ese tiempo para una persona extraña y de mentalidad sobrehumana como Beatrix parecía estar suficientemente bien, ya que mantenía su rendimiento normal con esas pocas horas de sueño. Otto no paraba de quejarse de forma burlona y agradable, los llamaba vampiros aunque a la chica solía llamarla búho gracias a sus enormes ojos. Ella sonreía de buena gana y seguía perdida en sus extraños cálculos. Parecía que solo necesitaba un pergamino, una pluma y su mente para pasarse el día escribiendo extraños símbolos.
- ¿Cuánto crees que tardarán esos imperiales en salir a buscarnos? – Preguntó Otto con buena intención, como siempre.
- Ya deben de haber salido, lo cual nos supone un problema – Félix se apoyó pesadamente en el bastón mientras se levantaba. – Porque necesitaremos provisiones, además de otras ropas.
- Y eso solo podemos conseguirlo en la siguiente ciudad imperial, ¿No es cierto?
- Exacto, además, los mensajeros por tierra son rápidos y veloces, habrán advertido de nuestra huida a todas las ciudades imperiales.
- ¿Cómo sugieres entrar en la ciudad entonces? – Beatrix levantaba la cabeza del pergamino, escuchando atentamente la conversación.
- Atracaremos en pleno acantilado, el barco quedará oculto entre las rocas – Félix hablaba con su típica seguridad.
- Y, ¿Cómo piensas llegar a la ciudad? ¿A nado?
Félix sonrió, mostraba que a una de sus paletas le faltaba un pequeño fragmento.
Hacía varios días que no veían sonreír al vagabundo, y ahora que lo hacía parecía que era irónicamente. Beatrix comenzaba a pensar que Félix se había trastornado mucho con la muerte de Olaf, nadar un par de kilómetros a su edad en pleno oleaje no era muy inteligente.
- Es la única forma que hay de llegar sin ser visto, observa – Félix bajó la mirada a las aguas invitando a mirar a Otto y Beatrix. – El mar está a rebosar de algas, puedo acercarme a la costa sin ser visto y una vez en la ciudad pareceré un mendigo que se ha caído al mar en una borrachera.
- Eres increíble – El pescador había dicho en voz alta lo que también estaba pensando Beatrix, probablemente la joven fuera más inteligente a la hora de calcular o aprender idiomas, pero aquel vagabundo era la persona más versátil que había conocido, la verdad es que comenzaba a apreciarlo más de lo que le gustaría. – Pero eso no soluciona el problema del oleaje.
Beatrix fingió un breve ataque de tos para llamar su atención. Con increíble rapidez sacó un pequeño pergamino y escribió apoyándolo en la palma de su mano.
“La cantidad de algas que hay hace que el rozamiento del fluido aumente y, por lo tanto, el peligro disminuye” Sus trazos eran perfectos a la hora de escribir en el idioma común.
- ¿Y me llamas a mí increíble? Lo que daría por aprender física – El vagabundo sonrió mirando a Beatrix, quien se sintió verdaderamente útil por una vez.
- Bueno, ella tampoco es que sea muy normal – Respondió Otto en tono amistoso.
- Hazme un favor, dame ese tubo de aluminio – Beatrix acudió rápido a acercárselo y cuando se lo entregó Félix se lo introdujo en la boca. – Luna, ¿Vienes? – La gata dio un salto y se agazapó en torno a su sombrero.
Apenas unos segundos después el vagabundo ya se había zambullido en las aguas perdiéndose en aquella masa verdeazulada.
El continuo y sordo sonido del pergamino sacó a Otto de su trance.
“¿Crees que lo conseguirá?”
- ¿Lo has visto fallar alguna vez? – Beatrix negó con la cabeza – Eso es porque nunca lo ha hecho, y si en algún momento lo hizo, supo remediarlo.
A la joven comenzaba a interesarle la vida de Félix, que parecía tener amigos en todos lados.
“¿Cómo os conocisteis?”
Otto sonrió, su rostro era parecido al de un abuelo cuando ve a sus nietos, feliz y bonachón.
- Fue hace mucho, mucho tiempo… Yo tenía diecisiete años y el no sabría decirte, pero tenía exactamente el mismo aspecto que tiene ahora. - Los ojos de Beatrix se abrieron como platos, ¿Cómo pretendía un pescador contarle algo tan sobrenatural a una científica? Parecía que Otto comenzaba a chochear, probablemente estaba exagerando y lo único que sucedía era que no se cambiaba de ropa desde hacía mucho tiempo. – Aunque, nuestro encuentro fue bastante normal, nuestra historia está llena de risas y lágrimas, ¿Seguro que quieres escucharla? – Beatrix asintió sonriente – Bien, no me perdonará que te lo cuente, pero que quede entre tú y yo – Otto guiñó un ojo – Esta es su historia.

Félix aguardó bajo la capa de algas, la gata nadaba a su lado en la superficie mientras el mantenía la respiración con el tubo de aluminio. Cuando hubo llegado el momento se levantó tratando de hacer el menor ruido posible y apresurándose por la playa entró en la ciudad.
Aquella ciudad imperial tenía fama de ser nocturna, Félix no había pasado mucho tiempo allí pero el poco que lo había hecho había experimentado la veracidad de su nombre. Una ciudad repleta de bares, tiendas nocturnas y prostíbulos. Los guardias casualmente siempre llenaban dichos establecimientos.
Las calles estaban repletas de gente que avanzaba en todas direcciones, Félix tuvo que abrirse paso a empujones mientras Luna disfrutaba en el sombrero del vagabundo. Tras unos minutos caminando, notó como alguien tiraba levemente del saquillo que colgaba de su cincho.
- Estúpido – Félix se paró en seco y agarró la mano del carterista mirándolo a la cara, advirtiendo que no era más que un chico de unos dieciséis años. – Aprende a robar mejor. – Félix le asestó dos golpes consecutivos en el estómago con el codo antes de hacerle una llave de judo y tumbarlo en el suelo con la espalda hacia atrás.
La gente hacía un corro a su alrededor observando el duelo, Félix miró hacia todos lados. “Jodidos morbosos, prefieren ver una pelea antes que ayudar a un herido”.
- Perdona joven, ven conmigo. – El vagabundo tendió su mano, cubierta por un guante sin guardadedos. El joven la miró temeroso y dubitativo, pero al final la agarró para levantarse. – Aquí ya no hay nada que ver, sigan con sus morbosos vicios – Añadió Félix en tono represor ganándose el odio de muchas personas que había allí presentes.
Anduvo un rato hasta meterse en un callejón algo más tranquilo, el joven lo siguió con una mueca entre la decepción y la duda.
- ¿Cómo te llamas?
- Rodrigo, señor… escuche, siento mucho lo ocurr…
- ¿Rodrigo? – El vagabundo levantó su rostro brevemente, debía rondar la edad de Beatrix, sus ojos eran verde oscuro. Su rostro le sonó alarmantemente familiar. - ¿Cómo se llama tu padre?
- ¿Mi padre? Evaristo, ¿Por qué?
- ¡Santo dios no puedo creerlo! – Félix sonreía sinceramente por primera vez en varios días. - ¿Cómo le va? ¿Sigue dándole a los juegos?
- Pues verá señor… hace tiempo que los imperiales lo detuvieron por “alterar la paz”… robo para intentar pagar su fianza.
Félix se quedó sin palabras, pero comenzó a reaccionar enseguida.
- ¿Y tu madre? ¿No tiene unas monedas ahorradas?
- No señor… ella está embarazada de mi segundo hermano, y cuida del pequeño Javier, solo tiene siete años.
- Veo que os halláis en un buen aprieto… ¿Cuánto piden por soltarlo? Es un simple Tahúr, aunque muy bueno, no un terrorista ni nada parecido, ¿No?
- Es un tahúr pero… un día decidió jugar con un inquisidor a las cartas y bueno, como es natural en un genio como él, ganó. Hubiera desplumado a ese maldito perro del imperio, pero este dio la orden de arrestarle por hacer trampas, aunque nunca llegó a hacerlas.
- ¿Evaristo haciendo trampas? ¡Es la persona más honrada que conozco jugando! Ha olvidado más formas de hacer trampas de las que podemos imaginar, imagínate cuantas sabe… y pese a eso no las utiliza.
- Así es señor…
- Félix.
- Así es señor Félix, pero ahora piden por él veinte monedas de oro, y tan solo he podido conseguir en este mes y medio un par de ellas… temo que lo ejecuten antes de poder reunir la suma.
Félix recorrió con la mirada al joven, sus ojos grises parecían comprenderle a la perfección.
- Tu padre es un gran amigo mío… me enseñó mucho acerca del juego, quizá podamos conseguir la suma.
- ¿Sabes jugar al póquer?
- Y tú sabes robar, ¿No?
- Em… sí, bueno.
- Vamos, no seas tan modesto, a mi no hay quien me robe hoy en día, pero lo estabas haciendo muy bien y por una buena causa.
- No sé si sentirme halagado – respondió Rodrigo con tono burlón.
- Bien esto es lo que haremos.

“Entonces, ¿Félix tenía esposa?”
- Ignoro si llegaron a casarse – Respondió Otto melancólico – El padre de Dieter mató a su esposa, se llamaba Luna, sí lo sé, como su gata – Otto carraspeó – Félix vive convencido de que el espíritu de su esposa se reencarnó en ese animalito.
Beatrix comenzó a entender porque siempre iba con aquella gata, para él era mucho más que un animal, era su difunta esposa, asesinada brutalmente por el inquisidor primero.
“¿Qué hizo Félix cuando se enteró?”
- Convertirse en el enemigo número uno del imperio. Ese hombre ha impedido que su tiránico gobierno avance durante más de veinte años. ¿Te he contado lo rico que era en un pasado? – Beatrix negó con la cabeza – Cuando Luna murió, una parte de Félix murió con ella. Ambos vivían en la ciudad imperial central, ni donde estabas viviendo ni en esta de aquí, según dicen acusaron a su mujer de bruja.
“Pero, ¿Por qué?, Quiero decir ¿Qué tenía el inquisidor primero en contra de Félix?”
Otto dudó antes de seguir con la historia, pero era un viejo cotilla y al final acabó por largarlo.
- El padre de Dieter, como bien sabes, es el inquisidor primero pero... – Beatrix escuchaba la historia con atención. – No iba a ser así desde el principio, cuando se estaba forjando la hoy llamada orden de los inquisidores, ya que en un principio iba a llamarse la orden de los justicieros, tenían objetivos muy distintos, el imperio estaba mermado por la anarquía y el crimen y se requería de líderes carismáticos capaces de impartir justicia – Otto volvió a carraspear – Esos líderes tenían que forjarse poco a poco, todos los candidatos se sometieron a pruebas periódicas a cual más dura que la anterior, te puedes imaginar – La dulce voz del anciano se quebró momentáneamente con un golpe de tos – quien iba el primero en la lista. – Beatrix parecía reflexionar – Así es, Félix era el alumno mejor dotado, el más fuerte, perseverante, carismático e inteligente, sin mencionar su benevolente sentido de la justicia. Cómo en todas las clases – prosiguió el viejo pescador – se forman grupos de amigos, y puesto que las pruebas eran arduas y el enorme grupo de la orden de los justicieros cada trimestre se reducía a la mitad, al cabo de cuatro años únicamente quedaban dos personas, Félix y el que había sido su mejor amigo durante toda su estancia en la academia de justicia, Lawrence. – Ese nombre no le decía nada a la joven, pero suponía que era el famoso inquisidor primero – Cómo te puedes estar imaginando, es el padre del difunto Dieter. El joven Lawrence – Continuó narrando el viejo Otto – sabía perfectamente que se trataba de un candidato ejemplar, pero a Félix lo llamaban “El fantasma” ya que cuando luchaba, se movía a una velocidad tan increíble y atacaba con una precisión tan brutal desde unas distancias tan enormes que parecía no estar allí. Un mes antes del examen aproximadamente, Lawrence visitó a Félix en su casa, juntos dieron un paseo como solían hacer, por supuesto, la intención del futuro inquisidor era confundirle para que le dejara el puesto, pero a Félix se le daban bien las palabras y no consiguió nada, además – De nuevo un carraspeo – Se puede decir que Lawrence y nuestro amigo el vagabundo tenían distintos ideales de justicia, el inquisidor era mucho más radical, su filosofía se basaba en que el fin justificaba los medios y bueno, para él no estaba mal matar a inocentes si con eso se capturaba a los criminales, Félix en cambio se basaba en una cuestión algo más honorable, había que estar seguro de que un culpable lo fuese, y aún así, prefería castigarlo haciendo trabajos para la sociedad que con la muerte, aunque no voy a meterme en disputas ideológicas. Según me contaron, Lawrence comenzó a enfurecerse, sabía que no iba a poder derrotar a Félix ante los examinadores, así que su orgullo lo llevó a retarlo antes del examen, por supuesto el combate no iba a ser a muerte, pero Lawrence sabía que no lo heriría, eran amigos después de todo. – La garganta de Otto parecía bastante seca, agarró su bota de agua y tras humedecerse el gaznate prosiguió – El combate se celebró ante otros antiguos compañeros de la academia, Félix se movía velozmente de lado a lado, no pretendía herirle, sino más bien esquivar sus golpes, pero Lawrence iba a matarlo si era posible y Félix lo notó, no obstante, no se puede matar a un fantasma. Cuando Félix desarmó al orgulloso de Lawrence, este estaba rojo de ira con la espalda contra el suelo, le preguntó a gritos de dónde sacaba ese poder. Félix, algo molesto, se giró y le contó que sus padres murieron a causa de una terrible injusticia, iba a llegar a lo más alto para que nada de eso volviera a cometerse, para proteger a las personas que amaba y hacer del mundo un lugar mejor, de ese modo, nadie volvería a sentir el dolor que el sintió cuando era niño. Efectivamente, dio a entender que su fuerza venía de aquellos que lo rodeaban. Puedes imaginarte que hizo una persona que piensa que el fin justifica los medios y que está sedienta de poder.
“¿Derrotó a Félix en el combate?”
- Nunca se celebró ese combate, Lawrence fue el día antes del examen a casa de Félix, cuando él no estaba. Luna, como era lógico, le abrió la puerta al mejor amigo de su marido cayendo en una trampa mortal. Esa noche, Félix se encontró a su mujer estrangulada en el sofá. – Beatrix se estremeció.
“¿Por qué no lo denunció?”
- Lawrence era el hijo del emperador, no habría servido de nada, y al día siguiente se convertiría en justiciero. Félix cogió algunas cosas de su casa y antes de marcharse la quemó por completo. Nunca se le volvió a conocer como Félix hasta hace relativamente poco, durante los siguientes diez años fue conocido como “El Fantasma”. Con su partida de la ciudad y ante el cruel y absolutista gobierno de Lawrence a la muerte de su padre, muchos huyeron de la ciudad, agrupándose en los bosques de alrededor. No tardaron en dar con Félix, impotente, triste y a la vez furioso. De esa forma, se establecieron resistencias, forajidos, que durante diez años lucharon en nombre de la libertad contra el imperio con El Fantasma a la cabeza, Félix les enseñó los puntos débiles de las ciudades, les dio nombres de los oficiales con una condición, llegado el momento, el sería quien mataría a Lawrence.
“¿Cómo es que no sigue con los forajidos?” Beatrix estaba asombrada al escuchar tan fantástica historia.
- Una persona enemiga de la violencia y dedicada plenamente a la gente que le rodea como el no está hecha para la guerra. Así que, su prodigiosa y estratégica mente ideó un plan, un plan que solo conocemos cuatro personas, cuando te lo cuente a ti seremos cinco. No podrás decir nada ¿De acuerdo? – Beatrix asintió – La gente en el fondo, la mayoría, admira a El Fantasma, cada día nuevos hombres llegaban a los bosques, viven bien de lo que la madre tierra les da y de lo que le roban al imperio. El imperio no les ataca porque, sus anteriores intentos fueron fallidos, El Fantasma era un estratega nato, mucho mejor que Lawrence, y no se puede meter un ejército en un bosque que los forajidos se conocen como la palma de su mano. El imperio solo puede debilitarse poco a poco mientras El Fantasma se hace más fuerte.
“Pero Félix no está con ellos” Beatrix escribía cada vez peor, su pluma se quedaba sin tinta y estaba emocionada por la historia.
- Cierto, y eso es lo que he de contarte. El Fantasma siempre se mostró al público con una armadura verde y un yelmo del mismo color que le cubría toda la cara. Aunque Lawrence sabía perfectamente quien era, no podía describirlo bien, no podía explicarlo con total lógica. Cuando Félix renunció, dejó su cargo a otro, le explicó todas las estrategias posibles, le dio todo el conocimiento que necesitaba para convertirse en el sucesor de El Fantasma, y aunque no es tan bueno como Félix, cumple su deber bastante bien. Por supuesto si eso lo supieran los forajidos, reinaría el caos.
Beatrix se quedó callada, mirando fijamente los ojos azules de Otto, la historia le había hecho sentir algo que nunca había sentido, ahora sin duda, admiraba mucho más la figura de Félix.